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Kicillof se rinde ante Cristina y La Cámpora, aunque lo desprecien

Axel Kicillof construyó poder por fuera de La Cámpora, ganó la provincia dos veces y hasta soñó con la presidencia. Pero en pleno cierre de listas debió bajar la cabeza y volver al redil de Cristina. El problema: la militancia camporista nunca lo digirió, y los intendentes que se inmolaron por él hoy se sienten traicionados. Sergio Massa se convierte en el articulador central para poner en marcha una maquinaria que parecía fundida.

  • 12/07/2025 • 18:11

Durante años, Axel Kicillof trabajó para diferenciarse. Se mostró como el heredero del kirchnerismo “de gestión”, académico, eficiente, con llegada al pueblo y sin necesidad de arrodillarse ante La Cámpora. Desde su llegada a la Gobernación en 2019, construyó una estructura propia, tendió puentes con los intendentes y apostó a consolidarse como figura nacional. Incluso en los momentos más tensos, evitó las fotos con Máximo Kirchner y resistió las presiones para subordinarse al verticalismo de la agrupación fundada por Cristina.


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Pero el cierre de listas lo puso contra las cuerdas. El gobernador bonaerense, que buscaba ser el gran ordenador del peronismo en la Provincia y proyectarse a la presidencia, terminó cediendo. Volvió a buscar el aval de Cristina Kirchner. En esa negociación, Kicillof no solo resignó autonomía política: también dejó en banda a varios intendentes del "axelismo" que habían desafiado a la propia expresidenta cuando parecía que el gobernador quería cortarse solo.


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El caso más simbólico fue el de los jefes comunales que se jugaron en el Congreso, empujando leyes que desafiaban la voluntad de Cristina. Hoy, muchos de ellos no tienen lugar asegurado en las listas. “Nos inmolamos por Axel, y ahora él vuelve con los que siempre nos quisieron correr”, murmuran en voz baja en el conurbano.

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En paralelo, desde La Cámpora nunca dejaron de cuestionarlo. “Es un invitado al peronismo”, dicen con desprecio algunos referentes de la agrupación. Lo toleran porque mide, porque gestiona, pero nunca lo incorporaron del todo. Su cercanía con economistas “no militantes”, su forma de comunicar sin épica ni verticalismo, y su resistencia a imponer a Máximo como jefe político en territorio bonaerense lo volvieron un blanco interno permanente.

Sin embargo, los números mandan. Sin el aparato camporista, sin el visto bueno de Cristina, sin una unidad forzada, Kicillof no puede garantizar ni la gobernación ni mucho menos la presidencia. Por eso aceptó la alianza con el nuevo frente Fuerza Patria y se sentó a negociar con aquellos a quienes evitó durante toda su carrera.


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La jugada tiene costo. Lo que Kicillof logró construir —una idea de autonomía dentro del peronismo, un estilo más técnico que militante— hoy se diluye ante la necesidad electoral. En este tablero de poder, Sergio Massa volvió a ubicarse como una pieza clave. Con su Frente Renovador como estructura autónoma dentro del nuevo armado peronista, Massa logró garantizarse un lugar de peso en el diseño estratégico de Fuerza Patria. No solo recuperó centralidad, sino que, en la práctica, terminó ocupando un rol de mayor influencia que el propio Kicillof. Mientras el gobernador bonaerense volvió al redil de Cristina, Massa se sentó a negociar como socio necesario, con agenda propia y sin el estigma del sometimiento.

El tigrense, que ya demostró su muñeca política en 2023, entendió que en tiempos de fracturas, la moderación y el pragmatismo pueden valer más que la obediencia ciega. Una vez más, quién intentó ganar la ancha avenida del medio, hoy es quien asfalta la avenida central del peronismo, logrando asi la centraldad del acuerdo.

Pero la pregunta que queda flotando es si, en este juego de sumisión obligada, Kicillof no terminará siendo otro alfil más de un armado que nunca lo quiso como rey.

 

 

 

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